El arcoiris tras la lluvia dorada

Tipósfera
4 min readFeb 7, 2022

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Una de las principales desventajas de vivir en casa con 21 gatos (quizá la principal) es la orina. Es frecuente encontrar que le hicieron el feo a sus areneros y prefirieron aromatizar la casa, siempre eligiendo el lugar menos adecuado. Y bueno, baste decir que en la repisa más alta de un librero había un libro de finales del siglo xix…

El libro en cuestión, después de la lluvia dorada

Es un libro didáctico para párvulos más bien curioso porque por la época en la que fue impreso, trae una historia de la Humanidad que empieza tal y como lo marca el génesis bíblico. En fin, otros tiempos. Tenía tapas duras, forradas con un patrón geométrico café, que brillaba un poco sobre la superficie, como si fuera un papel tapiz de vinil. Lo compré en un mercado de viejo en mi ciudad, así que no sé quién o cuándo lo encuadernó. En algunas páginas el dueño había estampado en tinta morada con un sello su nombre, pero no había más indicios de quién lo había encuadernado. Ahora había que limpiarlo.

Los restauradores me odiarán por no seguir protocolo alguno de conservación, pero hice lo que he hecho en circunstancias similares: sumergir el material ofendido en una tinaja con agua, presionarlo ligeramente contra el fondo para ir expulsando la orina e ir cambiando el agua hasta considerar que se había limpiado lo suficiente y luego prensarlo y secarlo, para posteriormente considerar qué reencuadernación le convendría. Hasta ahí iba todo normal. Y entonces apareció la primera sorpresa.

Las tapas, aún medio húmedas.

La mayor parte del patrón en las tapas se había desprendido (esto entraba en el orden de lo esperado), y la cubierta misma también ya se había independizado del cuerpo del libro: las guardas quedaron desprendidas, liberándola. Y gracias a eso me di cuenta de la peculiar forma de haber sido unida la tela (que resultó ser tela con alguna aplicación pegada, que daba forma al patrón) a los cartones: en vez de pegamento, se utilizó una costura similar a la usada en el bordado para fijar las telas al marco. Aunque esto no es nada nuevo, según descubrí después, me asombró la sencillez de la técnica. Y faltaba la segunda sorpresa. En lo que meditaba cómo re-armarla una vez seco el volumen, vi algo entre la tela y el cartón que parecía un papel doblado. Por unos segundos me pregunté si era parte del encuadernado, hasta que vi que era fácil de retirar.

El papel se encontraba dobladito en la parte derecha, entre el papel y el cartón.

El papel había permanecido oculto por quién sabe cuántas décadas: las guardas lo volvían invisible a la vista. Mi corazón se aceleró al decidir desdoblarlo, imaginando un mapa de tesoro : D o una horrible confesión de cruentos crímenes. La realidad fue mucho más aterciopelada, pero de igual manera fue un buen hallazgo: un poema de matices religiosos, manuscrito en impecable letra ligada y fechado 17 años antes de que el libro fuera siquiera publicado.

Se pueden apreciar las marcas de las costuras en el papel.

Supongo que el dueño fue quien lo encuadernó y decidió guardar en él (no sé con qué fines) un poema que había escrito mucho tiempo antes. O quien lo encuadernó escamoteó pudorosamente sus pininos poéticos, con la intención de que quizá alguien en el futuro lo encontrara. Lo que haya sido, fue una delicia hacer el descubrimiento, quizá más de cien años después de que el papel entrara a su escondrijo. De no haber sido por el minino anónimo que bañó ese libro (y otros, aunque dudo que escondan secretos parecidos), este papel probablemente se habría ido inadvertidamente a la basura, que es el destino que le auguro a muchos de mis libros cuando me muera.

En fin; sólo quería compartirlo. Quieran mucho a sus gatos: no se sabe qué buenos fines se agazapen bajo sus aparentes fechorías.

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